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NUEVO TESTAMENTO INTRODUCCIÓN El cristianismo, en sus etapas iniciales, consideró al AT como su única Biblia. Jesús, lo mismo que sus discípulos y apóstoles y que el resto del pueblo judío, lo citó como "las Escrituras", "la Ley" o "la Ley y los Profetas" (cf. Mc 12.24; Mt 12.5; Lc 16.16). Con el paso del tiempo, la iglesia, habiendo entendido que en Cristo «todas las cosas son hechas nuevas» (2 Co 5.17), produjo muchos escritos acerca de la vida y la obra del Señor, fijó y transmitió su doctrina y extendió el mensaje evangélico a regiones cada vez más alejadas de Palestina. De entre esos escritos fue destacándose paulatinamente un grupo de veintisiete, que hacia finales del s. II comenzó a conocerse como Nuevo Testamento. Eran textos redactados en lengua griega, desiguales tanto en extensión como en carácter y género literario, pero todos tenidos en especial reverencia como procedentes de los apóstoles de Jesús o de personas muy cercanas a ellos. El uso cada vez más frecuente que los creyentes hacían de aquellos veintisiete escritos (convencionalmente llamados "libros") condujo a una general aceptación de su autoridad. La fe descubrió pronto en sus páginas la inspiración del Espíritu Santo y el testimonio fidedigno de que en Jesucristo, el Hijo de Dios, se cumplían las antiguas profecías y se hacían realidad las esperanzas mesiánicas del pueblo de Israel. Consecuentemente, la iglesia entendió que las escrituras hebreas, es decir, las que denominó Antiguo Testamento, requerían de una segunda parte que viniera a documentar el cumplimiento de las promesas de Dios. Y al fin, tras un largo proceso y ya bien entrado el s. V, quedó oficialmente reconocido el canon general de la Biblia como la suma de ambos Testamentos.
División del Nuevo Testamento Desde el s. V, el índice del NT ordena los libros de la siguiente manera:
1. Evangelios (4): (a) Sinópticos (3): Mateo Marcos Lucas (b) Juan
2. Hechos de los Apóstoles (1) 3. Epístolas (21): (a) Paulinas (13): Romanos 1 Corintios 2 Corintios Gálatas Efesios Filipenses Colosenses 1 Tesalonicenses 2 Tesalonicenses 1 Timoteo 2 Timoteo Tito Filemón (b) Epístola a los Hebreos (1) (c) Universales (7): Santiago 1 Pedro 2 Pedro 1 Juan 2 Juan 3 Juan Judas 4. Apocalipsis (1) Esta catalogación de los libros del NT no responde al orden cronológico de su redacción o publicación; es, más bien, un agrupamiento temático y por autores. Quizás en él debe verse el propósito de presentar la revelación de Dios y el anuncio de su reino eterno a partir de la buena noticia de la encarnación (evangelios) y hasta la buena noticia del retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos (Apocalipsis), pasando por el intermedio histórico de la vida y del cometido apostólico de la iglesia (epístolas). La transmisión del texto Es realmente extraordinario el número de manuscritos del NT que ha llegado a nosotros después de tantos siglos de haber sido escritos: más de 5.000. Algunos son apenas pequeños fragmentos, tan deteriorados por el tiempo y las malas condiciones ambientales que su utilidad es prácticamente nula. Pero son muchos más los manuscritos que, en todo o en parte, se han conservado lo suficientemente bien como para transmitir hasta el presente su mensaje y testificar así de la fidelidad de los cristianos que los escribieron. Ahora bien, los manuscritos que conocemos no son autógrafos: ninguno proviene de la mano del propio autor. Todos, sin excepción, son copias de copias de los textos originales griegos o de traducciones a otros idiomas. Las hicieron, en lugares muy diversos y a lo largo de siglos, copistas especializados, pacientemente consagrados a esa labor durante muchos años. Las copias más antiguas hasta ahora conocidas son papiros que datan del s. III, procedentes de Egipto. El papiro es un arbusto muy abundante a orillas del Nilo. De su tallo, cortado y prensado, se preparaban láminas rectangulares, que se unían formando bandas de unos 30 centímetros de ancho y varios metros de longitud. Una vez escritas, las bandas se enrollaban con el texto hacia adentro y se ataban con cuerdas. Los rollos de papiro eran de fácil fabricación; pero su manejo resultaba incómodo. Además, tanto la humedad como el calor seco dañaban el material e impedían su prolongada duración. Por eso, en sustitución del papiro, entre los s. II y IV se extendió el uso del pergamino, que era una lámina de piel de oveja o cordero especialmente curtida para poder escribir en ella. Este nuevo material, bastante más costoso que el anterior pero muy resistente y duradero, permitió, primero, la preparación de cuadernos y, luego, la de códices, esto es, libros en la forma en que los conocemos actualmente. Entre los diversos códices de la Biblia descubiertos hasta el día de hoy, los más antiguos y, a la vez, más completos son los llamados Sinaítico y Vaticano, ambos datados en el s. IV. Palestina romana Jesús nació a finales del reinado de Herodes el Grande (47 a 4 a.C.). Hombre cruel (recuérdese Mt 2.1–16) y, sin duda, inteligente, se distinguió por la gran cantidad de tierras y ciudades que logró conquistar, y por las muchas y colosales construcciones con que las dotó. Entre estas, el templo de Jerusalén, del que solo quedan unos pocos restos pertenecientes a la muralla occidental (o Muro de las Lamentaciones). A la muerte de Herodes (Mt 2.15–19), se dividió su reino entre sus hijos Arquelao, Herodes Antipas y Felipe. Arquelao (Mt 2.22), etnarca de Judea y Samaria, fue depuesto por el emperador Augusto el año 6 d.C. A partir de entonces, el gobierno estuvo en manos de procuradores romanos, entre ellos Poncio Pilato, que ostentó el cargo desde el año 26 al 36. Herodes Antipas (Lc 3.1) fue tetrarca de Galilea y Perea hasta el año 39; y Felipe (Lc 3.1), hasta el 34, lo fue de Iturea, Traconite y otras regiones nororientales. (Véase Tabla cronológica del NT.) En el año 37, el emperador Calígula nombró rey a Herodes Agripa y lo puso sobre la tetrarquía de Felipe, a la que luego añadió la de Herodes Antipas. Desaparecido Calígula (asesinado el año 41), su sucesor, Claudio, amplió aún más los territorios de Agripa con la anexión de Judea y Samaria. De este modo, Agripa reinó hasta su muerte (año 44), prácticamente sobre toda Palestina. Antipas fue el que hizo apresar y matar a Juan el Bautista (Mc 6.16–29); y Herodes Agripa fue quien persiguió a la iglesia de Jerusalén y ordenó matar a Jacobo y apresar a Pedro (Hch 12.1–23). El NT habla también de otro Herodes Agripa, hijo del anterior: el rey que, acompañado de su hermana y mujer Berenice, escuchó el discurso pronunciado por Pablo en su propia defensa, en Cesarea de Filipos (Hch 25.13–26.32). Detrás de todos estos personajes se mantuvo, siempre vigilante, el poder romano. Roma era en realidad la que, según le conviniera, ponía o quitaba gobernantes en los países sometidos a su dominio. Durante la vida de Jesús, y hasta la destrucción de Jerusalén en el año 70, se sucedieron en Roma siete emperadores (o césares). Tres de ellos se mencionan en el NT: Augusto (Lc 2.1), Tiberio (Lc 3.1) y Claudio (Hch 11.28; 18.2). Y hay un cuarto, Nerón, cuyo nombre no se dice, a quien Pablo hace tácita referencia al apelar al tribunal del césar (Hch 25.10–12; 28.19). Palestina formaba parte del imperio romano desde el año 63 a.C. Esta circunstancia había significado la pérdida definitiva de su independencia nacional. Dos largos siglos de agitación política la habían llevado a un estado de irreparable postración moral, del que Roma, por mano del general Pompeyo, sacó provecho apoderándose del país e integrándolo en la provincia de Siria. A fin de mantener la paz y la tranquilidad en sus territorios, Roma actuaba generalmente con mucha cautela, sin presionar excesivamente a la población sometida y sin forzarla a cambiar sus propios modelos de sociedad, ni sus costumbres, cultos y creencias religiosas. Incluso a veces, como poniendo una nota de tolerancia y buena voluntad, consentía en la existencia de ciertos gobiernos nacionales, como los de Herodes el Grande y sus sucesores dinásticos. Lo que Roma nunca permitió fue la agitación política, y mucho menos la rebelión abierta dentro de sus fronteras. Cuando esto ocurría el ejército se encargaba de restablecer el orden, actuando pronto y con el máximo rigor. Tal fue lo que pasó el año 70 d.C., cuando Tito, hijo del emperador Vespasiano, arrasó Jerusalén y provocó la «diáspora» (o dispersión) de gran parte de la población, a fin de acabar de una vez por todas con las revueltas judías inici
EL IMPERIO GRECOMACEDÓNICO Geografía Grecia es una península que está situada en la parte este
del mar Mediterráneo. El mar Egeo la separa del Asia Menor; y el mar Adriático
la separa de la península italiana. Macedonia está al norte de Grecia. Historia La presencia en Grecia de "tribus griegas" está
atestiguada desde el tercer milenio a.C. Sin embargo, los pueblos griegos, que
llegaron a desarrollar la organización política conocida como polis
(ciudad-estado), no lograron uni-ficarse y se mantuvieron en luchas casi
continuas. Grecia y Palestina A la muerte de Alejandro Magno, los ptolomeos dominaron Egipto
y Pales-tina. Respetaron las costumbres y la religión de los israelitas. Así,
el templo fue el lugar donde se desarrollaba la fe y donde se guardaban los
bienes destinados para ayudar al huéfano y a la viuda. Cultura Los griegos habían alcanzado un gran desarrollo cultural y
conocieron épocas de esplendor en las que se cultivaron la literatura, la
filosofía, la historia, la escultura, la arquitectura y otras ramas del saber. Religión El periodo helenístico, iniciado con las conquistas de Alejandro se caracteriza por el desarrollo del interés religioso que se expresa en múltiples formas: respeto a las corrientes religiosas del oriente; auge de las religiones mistéricas. En época posterior surge el gnosticismo. En este periodo nace el cristianismo. Configuración física de Palestina El Jordán es el río de Palestina. Nace en el monte Hermón y recorre el país de norte a sur, dividiéndolo en dos: la Cisjordania o lado occidental, y la Transjordania o lado oriental. Después de atravesar el Mar de Galilea, corre serpenteante a lo largo de una depresión geológica cada vez más profunda, hasta desembocar en el Mar Muerto, a unos 110 kilómetros del lugar de su nacimiento y a casi 400 metros por debajo del nivel del Mediterráneo. El Mar Muerto, de casi 1.000 kms. cuadrados de superficie, debe este nombre a que la alta proporción de sal y otros elementos disueltos en sus aguas hace imposible la vida en ellas de peces y de plantas. En cambio, el Mar (o Lago) de Galilea, también llamado de Genesaret o de Tiberias (cf. por ejemplo, Mt 4.18, Mt 14.34 y Jn 6.1), de 145 kms. cuadrados de superficie y situado igualmente en una profunda depresión (212 metros bajo el nivel mediterráneo), es un gran embalse de agua dulce en el que abundan los peces (cf. Lc 5.4–7; Jn 21.6–11). Palestina es tierra de montañas. En la época del NT, casi todas sus ciudades estaban situadas en algún punto de la cordillera que desciende, desde los macizos del Líbano (3.083 m.) y del Hermón (2.760 m.), hasta los límites meridionales del país en la región desértica del Négueb. Esta cadena solo se ve cortada por la llanura de Jezreel (Jos 17.16), que penetra en ella dejando al norte los montes de Galilea y al sur las estribaciones de las montañas de Samaria. Algunos nombres del sistema orográfico de Palestina se conocen por la mención que de ellos se hace en los relatos bíblicos. Por ejemplo, en el lado oriental del Jordán se halla el monte Nebo, de 1.146 metros de altura; y en el occidental, el Carmelo (552 m.), el Gerizim (868 m.), el monte de los Olivos (unos 800 m.) y el Tabor (562 m.). Palestina quedaba limitada por los desiertos de Arabia y de Siria al este, y, al oeste, por el Mar Mediterráneo, separado de las montañas por las tierras bajas que comienzan en la fértil llanura de Sarón (cf. Cnt 2.1; Is 35.2), junto al Monte Carmelo. Poblaciones de Palestina Los evangelios y los Hechos citan un buen número de ciudades, pueblos y aldeas repartidas por el país, especialmente al oeste del Jordán y del Mar Muerto. En la región de Galilea se hallaban, a orillas del Lago de Genesaret, Capernaúm, Corazín y Magdala; y, más al interior, Caná, Nazaret y Naín. En la región de Judea, a casi 1.150 metros sobre el nivel del Mar Muerto, se alza Jerusalén. Cerca de ella, al sur, Belén; al este, sobre el monte de los Olivos, Betania y Betfagé; y al oeste, Emaús, más lejos Lida y, por último, el puerto de Jope. De aquí, bajando por la franja costera, Azoto y Gaza. Menciona también el NT algunas poblaciones palestinas no pertenecientes a Judea o Galilea: Cesarea de Filipo, en Iturea; Sarepta, Tiro y Sidón, en la costa de Fenicia; Siquem, en Samaria. Sociedad y cultura en el mundo judío Los relatos de los evangelistas ofrecen una especie de retrato de la forma de vida de los judíos de entonces. Las parábolas de Jesús y las incidencias de los recorridos que hizo por Palestina ponen de relieve la importancia que en aquella sociedad tenían los trabajos del campo. La siembra y la siega de cereales, la plantación de viñas y la vendimia, la producción hortícola y las referencias al olivo, a la higuera y a otros árboles son datos reveladores de una cultura básicamente agraria, completada con el cuidado de los rebaños de ovejas y corderos, de animales de carga e incluso de manadas de cerdos. Por otra parte, la pesca ocupaba un lugar principal en la actividad de las gentes que vivían en las aldeas costeras del Mar de Galilea. Junto a estas profesiones se ejercían también otras de índole artesanal. Allí se encontraban perfumistas, tejedores, curtidores, carpinteros (cf. Mc 6.3), alfareros y fabricantes de tiendas de campaña (cf. Hch 18.3); y también, por supuesto, servidores domésticos, comerciantes, banqueros y cobradores de impuestos (véase Publicanos en la Concordancia Temática). Los peldaños más bajos de la escala socioeconómica estaban ocupados por los peones contratados a jornal, los esclavos (cf. Ex 21.1–11), las prostitutas y un número considerable de gente que sobrevivía practicando la mendi
EL MUNDO ROMANO Según la leyenda, la ciudad de Roma fue fundada en el año 753 a.C. El rey Tarquinio fue expulsado de ella en el 509 a.C., y la ciudad se transformó en una república, gobernada por una asamblea del pueblo, un Senado y dos cónsules que ocupaban el cargo por un año. Ya para el 206 a.C. Roma gobernaba la mayor parte de Italia e inició la guerra contra Cartago. Cartago fue destruida en el año 146 a.C. y Roma empezó a extender su dominio a través del Mediterráneo. Caminos y deportes Los griegos dieron al mundo ideas que han ayudado a dar forma a sistemas gubernamentales, a las ciencias, a las medicina y a las artes. El legado de los romanos es práctico: caminos, acueductos, sistemas de cañeria y de calefacción centralizada, y, por supuesto, los baños. Se les recuerda por sus "entretenimientos" públicos (carreras de carros tirados por caballos y sangrientas luchas entre gladiadores) en anfiteatros como el gran Coliseo de Roma. El imperio romano Los romanos fueron controlando poco a poco lo que quedaba del imperio griego. Corinto cayó en el año 146 a.C.; Atenas en el 86. En el s. I a.C., Julio Céasar se ocupó de tomar la Galia, y Pompeyo conquistó Siria y Palestina, ocupando Jerusalén en el año 63 a.C. Los romanos absorbieron las ideas griegas; así, tanto el idioma como la cultura y civilización de los griegos continuaron en vigencia bajo el dominio romano. En el año 27 a.C. acabaron los angustiosos años de guerra. Octavio asumió el título de "Augusto" y se convirtió, de hecho, en el primer governante del imperio. La "paz romana" que siguió trajo nueva prosperidad y permitió viajar con seguridad. Durante el reinado de Augusto nació Jesús (cf. Lc 2.1). Vida en la capital Los ricos vivían bien en Roma. Tenían grandes casas con
columnas de mármol y hermosas mosaicos en el piso. Las paredes estaban pintadas
con frescos. Gustaban de ir a los baños o a los juegos y otros
entretenimientos. Una cena romana podía constar de siete o más platos, algunos
de ellos muy lujosos (por ej., lirón relleno o flamenco hervido). Los hijos de
los ricos iban a la escuela: las mujeres a una (hasta la edad de 13 años) y los
varones a otra. Palestina bajo ocupción romana Los romanos aportaron beneficios a los pueblos que gobernaban:
ley y orden, un gobierno estable, excelentes caminos y buenos edificios
públicos (oficinas, mercados, baños y estadios). El ejército La mayoría de los soldados romanos eran voluntarios. Firmaban
por 20 años de servicio. Usuaban cascos y corazas de hierro, y tenían clavos
de hierro en sus sandalias. Cada soldado estaba armado con una espada y una
jabalina, y cargaba un escudo grande, oblongo, de madera cubierta con cuero.
Muchos soldados eran asignados a campamentos permanentes. Se esperaba de ellos
que, en un día de marcha, cubrieran 29 km. o más, cargando sus armas, sus
herramientas, su comida y sus utensilios de cocina. Pablo recorre el imperio La paz romana, los caminos y los medios de transporte hicieron
posible que cristianos llevaran el mensaje de Jesús por todo el este del
Mediterráneo en pocos años. Religión y política La religión y la política caminan juntas en el mundo judío. Eran dos componentes de una sola realidad, expresada en el sentimiento nacionalista que brotaba de la misma fuente que la fe en el Dios de Abraham, Isaac y Jacob. La historia del pueblo de Israel es la historia de su fe en Dios; y su fe es la fe en que Dios gobierna toda su historia. Por eso, el sumo sacerdote en ejercicio era precisamente quien presidía el Sanedrín, máximo órgano jurídico y administrativo de la nación. Este consistía en un consejo de 71 miembros, en el que estaban representados los tres grupos político-religiosos más significativos de la época: los sacerdotes, adscritos en su mayoría al partido saduceo; los ancianos, generalmente fariseos, y los maestros de la Ley. Gozaba el Sanedrín de todas las competencias de un gobierno autónomo, salvo aquellas en las que Roma se reservaba los derechos de última instancia. Por ejemplo, el Sanedrín era competente para condenar a muerte a un reo, pero la orden de ejecución exigía el visto bueno de la autoridad romana, como sucedió en el caso de Jesús (cf. Jn 19.10). En relación con los partidos, es menester señalar que los fariseos eran los representantes más rigurosos de la espiritualidad judía. Con su insistencia en la observancia estricta de la Ley mosaica y en el respeto a las tradiciones de los «padres» (es decir, los antepasados), ejercían una fuerte influencia en el pueblo. Jesús les reprochaba su exagerado celo ritual y el afán por satisfacer los más insignificantes aspectos de la letra de la Ley, que los hacía olvidar a menudo los valores del espíritu que la anima (cf. Mc 7.3–4,8–13. Véase 2 Co 3.6). Los saduceos representaban, en cierto modo, la aristocracia de Israel. Este partido, más reducido numéricamente que el fariseo, estaba formado en gran parte por las poderosas familias de los sumos sacerdotes. En su doctrina, en contraste con lo que enseñaban los fariseos, los saduceos mantenían «que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu» (Hch 23.8). Tradicionalmente, se ha considerado que los zelotes constituían un grupo judío nacionalista que se rebeló contra Roma. Eran conocidos también como cananistas. Con ambos epítetos se identifica en el NT a Simón, uno de los doce discípulos de Jesús (véase Lc 6.15 nota m, y cf. Mt 10.4 y Mc 3.18 con Lc 6.15 y Hch 1.13). Los zelotes jugaron un papel muy activo en la rebelión de los años 66 a 70. Aparte de los tres grupos reseñados, había otros, como los herodianos, cuya identidad no ha logrado ponerse totalmente en claro. Es probable que se tratara de gente al servicio de Herodes, aunque algunos piensan que el nombre se daba más bien a los partidarios de Herodes y de su dinastía. Con carácter de agrupación profesional y no de partido, estaban los escribas, maestros de la Ley o rabinos, que eran los encargados de instruir al pueblo en materia de religión. Por lo general, no pertenecían a la clase sacerdotal, pero eran influyentes y llegaron a gozar de una elevada consideración como intérpretes de las Escrituras y dirigentes del pueblo. Poco tiempo y poco espacio necesitó Jesús de Nazaret para realizar una obra cuyas bendiciones habían de alcanzar a los seres humanos de todos los tiempos y de todos los lugares. El NT da testimonio de ello: es el acta que, con igual sencillez con que el Hijo de Dios se manifestó en carne, da fe del amor de Dios y de su voluntad salvadora. Reina-Valera 1995—Edición de Estudio, (Estados Unidos de América: Sociedades Bíblicas Unidas) 1998. |