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Isaac (risa o uno que ríe).Segundo de los patriarcas, hijo de Abraham y Sara y padre de Esaú y Jacob. Su historia se encuentra en Gn 21.3–8; 35.27–29. Nació en la ancianidad de sus padres y por la aparente imposibilidad de que esto pudiera ocurrir, ambos rieron ante la noticia (Gn 17.17; 18.12–15; 21.6). Impulsada por su propia esterilidad, Sara dio su esclava Agar a Abraham (Gn 16.1, 2) y de esta unión nació Ismael. Después del nacimiento de Isaac, los celos entre Sara y Agar motivaron la despedida de Agar e Ismael de la casa de Abraham. Años después, Dios pidió a Abraham que sacrificara a Isaac, su único hijo, y así probó su fe mientras la devoción, humildad y sumisión de Isaac se destacaron. Abraham obedeció, y entonces Dios reiteró su promesa de que su descendencia sería innumerable (Gn 22.1–18). A los cuarenta años, Isaac se casó con su prima Rebeca y por medio de esta unión la promesa se cumplió. Rebeca fue estéril durante veinte años, pero Dios intervino en respuesta a las plegarias de Isaac y nacieron Esaú y Jacob (Gn 25.21ss). La preferencia que la madre sentía por Jacob, y la del padre por Esaú, provocó antagonismo, discordia y largas separaciones entre los hermanos. Cuando Isaac tenía ciento treinta años, Jacob, valiéndose de un engaño, arrebató a Esaú la bendición paterna y los derechos de primogenitura. Antes de su muerte, Isaac reconoció que las promesas divinas se cumplirían a través de Jacob (Gn 28.4). Murió a los ciento ochenta años y sus dos hijos lo sepultaron en Hebrón. Según el Nuevo Testamento, Isaac fue el primer circuncidado al octavo día (Hch 7.8); la descendencia de los elegidos se cuenta a partir de él (Ro 9.7). Por ser hijo unigénito, nacido milagrosamente, heredero de la promesa a Abraham y destinado a ser padre de multitudes (Heb 11.9, 12) es mucho más significativa su restauración después del sacrificio «en sentido figurado» (Heb 11.17–19). Pablo se vale de Sara e Isaac como representaciones alegóricas de los cristianos justificados por la fe y libres herederos de todos los beneficios espirituales (Gl 4.21–31). |