David Segundo rey de Israel (1000–962 a.C.). Se menciona unas ochocientas veces en el Antiguo Testamento y sesenta en el Nuevo Testamento. No se sabe con certeza el significado de su nombre. Fue el menor de ocho hermanos (1 S 17.12ss) y su padre, Isaí, era nieto de Rut y Booz. Desde muy joven demostró tener valor y ternura como pastor de ovejas.

Se alude a David por primera vez después de la desobediencia de Saúl, durante la campaña contra los amalecitas, cuando Samuel informó a este que Dios le había quitado el reino (1 S 15.28). Es notable que, habiendo fracasado el primer reino, no se haya pensado en la posibilidad de volver al sistema de jueces. Antes bien, Samuel es enviado a Belén con el mandato divino de escoger al sucesor de Saúl.

La elección de David en vez de uno de sus hermanos mayores llama la atención a una curiosa serie de casos en que se ha dado preferencia al hermano menor (por ejemplo, Isaac, Jacob y José), casos estos que constituyen una violación del derecho de Primogenitura y que ilustran, por tanto, la soberanía de Dios en el desarrollo de los sucesos que culminan en nuestra redención.

Más adelante ungen a David y a Saúl se le priva del poder carismático.

A David, un músico excelente, se le pidió presentarse en la corte para tocar el arpa y así calmar la turbada mente de Saúl. Posteriormente se enfrentó a  Goliat y lo venció, hazaña que señala el comienzo de la amistad con Jonatán (hijo de Saúl) y de su desarrollo como guerrillero y héroe del pueblo. Saúl, celoso de la creciente popularidad de David, procuró atraerle la enemistad de los filisteos ofreciéndole sus hijas Merab y Mical (1 S 18.17–29). Al fin David aceptó casarse con esta.

Dos veces intentó Saúl matar a David, pero este logró escapar. Jonatán procuró restaurar la amistad entre su padre y David, pero su intervención fue infructuosa y David adoptó una vida de fugitivo y guerrillero. Se refugió entre los filisteos que le brindaron asilo. Tras una breve y tal vez peligrosa permanencia en la tierra del rey filisteo Aquis, huyó a la cueva de  Adulam donde «se juntaron con él todos los afligidos, y todo el que estaba endeudado, y todos los que se hallaban en amargura de espíritu» (1 S 22.2). Reunió a cuatrocientos hombres y los preparó como guerrilleros profesionales.

Después que David rechazó a los filisteos en Keila (ciudad judaica), Saúl supo dónde encontrarlo. Por tanto, David se vio obligado a trasladarse al desierto de Zif y posteriormente a Maón. En  En-gadi le perdonó la vida a su perseguidor (1 S 24.1s).

Poco después David contaba ya con seiscientos soldados. Saúl persistió en perseguirlo y una vez más cayó entre sus manos (1 S 26.7ss). Como le era ya imposible estar a salvo en su propia tierra, David decidió buscar nuevamente la protección de los filisteos. Estos le permitieron establecerse en Siclag, ciudad que llegaría a ser tierra de los reyes de Judá (1 S 27.6). Una vez que los filisteos derrotaron a Israel, el mismo soldado que acababa de matar a Saúl fue a comunicárselo a David (2 S 1.10). Muerto Saúl, se inició una nueva etapa en la vida de David.

Posteriormente, David se dirige hacia el norte y en Hebrón lo proclaman rey de Judá. Allí reinó siete años y medio (5.5). Mientras tanto, Abner, el general de Saúl, coronó a Is-boset. Era inevitable un conflicto entre las fuerzas leales a Saúl y las de David. Tras una serie de encuentros entre David y Abner, asesinaron a este, lo cual dejó libre el camino para que David asumiera el gobierno de todo Israel.

Apenas coronado rey de Israel, David conquistó la fortaleza de Jerusalén que aún se hallaba en manos de los jebuseos y trasladó su corte allí. Los filisteos reaccionaron lentamente ante la expansión de la hegemonía de David, aunque sí guerrearon con él dos veces. Sistemáticamente David fue subyugando a los demás enemigos que lo rodeaban hasta extender su reino desde la frontera egipcia y el golfo de Aqaba en el sur, hasta el Éufrates en el norte.

Realizó estas conquistas durante la primera parte de su reinado. Sus múltiples triunfos no se debieron tan solo a la escasez general de grandes líderes militares en esa época, sino también a su propio genio militar. Después de sus conquistas, se produjo el consiguiente enriquecimiento de Israel.

Como una mancha en la vida de David fue la relación que tuvo con Betsabé, esposa de Urías (2 S 11). Este pecado, junto con los problemas implícitos en la poligamia, marcó el principio de su descenso.

Los conflictos familiares comenzaron cuando Amnón, uno de los hijos de David, deshonró a Tamar, su hermana. Absalón, otro hijo de David, lo hizo matar para vengarla, después de lo cual tuvo que ir al destierro (2 S 13). Pasados tres años, Absalón se reconcilió con David, aunque después, aprovechando el descontento de cierto sector del pueblo, se sublevó contra su padre y se proclamó rey en Hebrón. Se produjo el inevitable choque militar entre David y su amado hijo, durante el cual mataron a este a pesar de las órdenes que David dio de que no lo hicieran.

Aplastada la sublevación de Absalón, sobrevino la de Seba, que también se frustró. Pero estas rebeliones hicieron que David se organizara mejor. Por ejemplo, decidió hacer un censo (2 S 24; 1 Cr 21). No obstante, en sus últimos días lo acosaron las intrigas de sucesión. Adonías intentó usurpar el trono, a pesar de que David lo había destinado para Salomón. Después de asegurarle el reino a este, «murió en buena vejez, lleno de días, de riqueza y de gloria» (1 Cr 29.28).

Rara vez se encuentran en una sola persona la habilidad, la virtud y la fuerza de voluntad que vemos en David, aunque haya pasado por momentos de debilidad. Cierto que hubo ocasiones en que a su corazón lo endureció la pasión o el orgullo, pero jamás quiso vengarse de la crueldad de Saúl, y la genuina sinceridad de su lamento por la muerte de este, de Jonatán y de Absalón, patentiza nuevamente la gran ternura que le era característica. Repetidas veces se manifiesta su grandeza como poeta, músico y compositor.

Nuevo Diccionario Ilustrado de La Biblia - Editorial Nelson

 

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